El 3 de marzo de 2008 el periodista Roberto Berasategui escribió esta exquisita nota en el diario La Nación. Se cumplían 45 años del ingreso a la inmortalidad del piloto más ganador y más campeón del Turismo Carretera. Berasategui reclamaba con total justicia mayor reconocimiento para Juancito, algo que llegó en esa misma semana con la inauguración del Edificio Juan Gálvez, flamante sede de la ACTC que se estrenó el día siguiente con la primera reunión de Comisión Directiva, presidida por Oscar Aventin.
Y también por esos días se agregó su nombre al Autódromo porteño, junto al de su hermano Oscar. En este año se conmemoran 48 años de su fallecimiento en la Vuelta de Olavarría de 1963 y desde la ACTC siempre lo tendremos presente. En el recuerdo eterno y gratitud a su memoria y en el tercer aniversario del Edificio Juan Gálvez, la sede madre de la Asociación Corredores Turismo Carretera.
"Puede que se peque de ingenuidad. Pero así como en la justicia todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, en este caso y sobre la base de esa premisa, no hay motivos para pensar con malicia. Es parte de una deuda que se genera desde la distracción, o desde el asombro de un acontecimiento que en su momento paralizó a una Argentina que se deslumbraba por la velocidad y por la aventura del Turismo Carretera, que visitaba cada región del país como ninguna otra actividad. Con automóviles robustos, dueños de la dispar geografía que propone el país y con un poderío mecánico quizá superior al que idearon sus propios constructores en América del Norte.
No hubo ninguno igual. Ninguno. Sobre la base de victorias y títulos instaló su apellido en el diálogo popular. Superó los límites deportivos y se convirtió en el referente de una época. Juan Gálvez. El más campeón de los campeones. El mecánico que transformó la labor artesanal en joyas de arte. El que husmeaba los reglamentos y veía la oportunidad donde para el resto sólo había espacios en blanco entre cada artículo. Al que, tras su muerte, jamás se lo homenajeó desde su ciudad, Buenos Aires. Una calle, una plaza (¿la Aramburu?), un monumento, una placa...
El automovilismo era pasión sin límites. Y los raudos llevaban el espectáculo del vértigo a cada rincón del país en tiempos en que la radio, con sus relatos, construía ídolos e invitaba a imaginar y a soñar con aquellas conquistas de verdaderos gladiadores, que vencían en lugares inhóspitos, demostrando que por sobre aquellos recorridos se podían construir caminos. El inquieto TC de entonces se adelantaba a Vialidad Nacional y proponía comunicar todas las regiones de un mismo país.
El gran protagonista de aquellas epopeyas era Juan Gálvez. Juancito. Para muchos, el hermano de Oscar, el que también cautivaba a multitudes no sólo por su extraordinario manejo, sino también por una personalidad llamativa, el de las anécdotas acompañadas por los ampulosos ademanes. Un gran contraste con su hermano, Juan, el de la cabeza gacha, la sonrisa tímida y sólo la mano en alto tras las grandes victorias que demandaban miles de kilómetros.
El Turismo Carretera se nutrió de grandes ídolos que recibían el apoyo incondicional de sus pagos. Arrecifes, Venado Tuerto, Balcarce, Olavarría, Rafaela, Mendoza, Laboulaye y centenares de pueblos y ciudades que se enorgullecían de mostrarse al país a través de una cupecita. Los Gálvez representaban a la gran ciudad.
Un Gálvez no podía morir en una carrera. Eso lo pensaban todos. Hasta que llegó la Vuelta de Olavarría, el 3 de marzo de 1963. El ídolo tenía una espina: ganarles a los hermanos Emiliozzi en su propia tierra. La Curva Camino los Chilenos, el despiste, el vuelo fatídico de la cupé, el luto nacional... "Si dejó una enseñanza ese accidente es que hay que usar el cinturón de seguridad. El tenía miedo de quedar atrapado y que el auto se prendiera fuego", recuerda Carlos Pairetti, que ese día largó detrás de Gálvez.
Habría que pensar que aquel dolor tan grande se mantiene vivo y por ello aún nadie encontró la forma adecuada en Buenos Aires para recordar al gran ídolo. Quizá sería bueno mirar hacia aquellas pequeñas urbes, donde la memoria y el orgullo se mantienen vivos con los homenajes que los grandes representantes merecen. Pasaron 45 años, Buenos Aires, aunque nunca es tarde..."
Roberto Berasategui
Texto publicado en el diario La Nación del 3 de marzo de 2008
Prensa: ACTC.org.ar
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